domingo, 27 de julio de 2014

ASESINOS EN LA HISTORIA I: Elizabeth Báthory, la Condesa Sangrienta

Abrimos esta nueva sección de asesinos históricos con la que fue la mayor asesina en serie de Hungría, la condesa Elizabeth Báthory conocida como la Condesa Sangrienta. Firme creyente en el poder rejuvenecedor de la sangre como elixir de vida.


Elizabeth Báthory, conocida como la Condesa Sangrienta
Elizabeth Báthory nació en Nyírbátor, Hungría en 1560, probablemente el 7 de agosto. Sus padres fueron György Báthory de Ecsed y Anna Bárthory. Algunas leyendas afirman que varios de sus familiares practicaban la magia negra y la brujería. Tal sería el caso de su prima Anna, que además habría matado a su propio hijo. Se dice también que un tío suyo era alquimista y satanista declarado. De su hermano se afirmaba que era un libertino a cuyo lado ninguna mujer, ni niña, estaba a salvo. Su propia hermana, Clara, además de cometer diversas aberraciones sexuales, habría asesinado a su marido.

Los matrimonios consanguíneos eran frecuentes entre los Bárthory y otras familias húngaras. Los miembros de la familia se casaban con familiares cercanos para mantener intactas las posesiones de la misma o acrecentarlas lo que traía consigo degeneraciones genéticas que se manifestaban en muchos miembros de la familia, algunos de los cuales tenían fama de pervertidos o de tener gustos un tanto anómalos. Así podríamos achacar estas deficiencias genéticas a los ataques que Elizabeth comenzó a sufrir entre los cuatro y cinco años y que cesaron por sí mismos poco tiempo después, algunos investigadores apuntan a que esta pudiera haber sufrido epilepsia. Otros ven en los trastornos, el síntoma de alguna enfermedad neurológica que la llevaría a su posterior comportamiento psicótico.

Elizabeth pasó su niñez en el castillo de los Ecsed, donde recibió una gran educación que la llevaría más adelante a hablar y leer perfectamente latín, alemán y francés. Convivía con una niñera, Ilona Jo, que más adelante se convertiría en su cómplice y la cual decía ser practicante de magia negra, sacrificando niños para extraer su sangre y huesos. Probablemente esta niñera fue la que incitó a Elizabeth a adentrarse en el uso de crueles torturas para disciplinar al servicio. Además mostraba algunos gustos que muchos de su época tildaban de masculinos, como la caza, la cual no abandonó hasta sus últimos días, y vestirse como un hombre. Lo que, juntado con el comportamiento sádico que tenía con sus sirvientas, hace suponer que la Bárthory tenía inclinaciones lésbicas.

A los once años se concertó su matrimonio con el conde Ferencz Nádasdy de Nádasd y Fogarasföld. Cuando cumplió los doce la enviaron al castillo de su futuro marido para que se adaptara a su nueva familia política y se preparara para su temprana boda. Cuando solo tenía trece años, y no llevaba ni dos en la casa de su suegra, quedó embarazada de uno de los criados. El cual fue castrado y echado a los perros, la niña que nacería de esa unión casi adúltera, fue sacada inmediatamente del país. Pero aquel desliz pronto quedó olvidado, ya que la familia de Ferencz le interesaba entroncar con la poderosa y rica estirpe de los Bárthory.

En 1575 se produjo la boda, tras la cual se irían a vivir al castillo de Cachtice o Csejte. Es posible que las largas ausencias de su marido y un tremendo y secular aburrimiento propiciaran la búsqueda de emociones fuertes en Elizabeth, dando rienda suelta a sus sádicas fantasías. Además las inclinaciones lésbicas se fueron acentuando, obligaba a sus doncellas trabajar desnudas y se dice que habría mantenido relaciones con dos de ellas.
Esta comprobado que la condesa sufría delirios sádicos sexuales que la inducían a estados de histeria, de los que era plenamente consciente.
Uno de ellos sucedió cuando una de sus doncellas la pinchó con un alfiler cuando estaba cosiendo sus enaguas, la condesa quedó en un estado de trance y obligó a la doncella que lamiera su sangre. Según los presentes, la condesa aún con cara de ausente, parecía embelesada de placer y deleite.
Tras esto la condesa comenzó a sorprender a sus criadas, a las que pinchaba y hacía cortes con el objeto de beber la sangre de las heridas. Se dice que también introducía agujas bajo las uñas de las sirvientas o que hacía depositar en sus manos llaves y monedas al rojo vivo. Otra de las torturas que usaba con las criadas fue la de dejarlas a la intemperie durante días sobre la nieve, tras lo cual arrojaba sobre ellas agua helado con el objeto de verlas morir por congelación, este tipo de tortura fue propuesto por una de sus cómplices Dorka. En alguna ocasión llego a prender fuego en el vello púbico de sus criadas; o a coser la boca de alguna sirvienta deslenguada y charlatana.
Desarrolló un morboso gusto por morder, con lo que se ganaría el apodo de “la Tigresa de Cachtice”.

Y así la condesa comenzó a preocuparse cada vez más por su imagen, buscando los primeros indicios de envejecimiento. Lo que más adelante desencadenaría los asesinatos en masa de jóvenes doncellas.

Como la mayoría de los nobles de su época, que en muchas ocasiones actuaron como mecenas de brujos, astrólogos y alquimistas. Ella también se rodeó de su propia corte de brujas. Una de ellas fue Darvulia, una hechicera famosa del país apodada como “la Bruja del Bosque”, quien la indicó el oscuro ritual de magia roja para evitar el envejecimiento: bañarse en sangre fresca de doncellas sanas. Más adelante esta bruja fue sustituida por Ezra Majórova, conocida como “la Bruja de Miawa”.

Llegó el momento en que la condesa enviudó. No se sabe a ciencia cierta si en 1602 o 1604. Y tras la muerte de su marido se produjo un descubrimiento que dio rienda suelta a la sádica locura de Elizabeth y la hizo auto convencerse del, supuesto efecto rejuvenecedor de la sangre.

Una de sus doncellas tiró de su pelo mientras la peinaba, acto que enfadó tanto a la condesa que golpeó con tal fuerza a la criada que la hizo sangrar por la nariz, y una gota de sangre cayó sobre la mano de la condesa, que vio como rejuvenecía y se blanqueaba. Aunque seguramente la aristócrata solo vio lo que quería ver, este incidente llevó a la Bárthory a ir más allá de la tortura comedida que había estado practicando con sus doncellas, para dar rienda suelta a una furiosa locura que terminó con 600 jóvenes asesinadas.

Tras esto se produjo la muerte de Ferencz, que fue sustituida ya por la inseparable amiga de Elizabeth, la bruja Darvulia. Sus pócimas rejuvenecedoras dejaron de hacer efecto en la condesa, por lo que se optó por usar unos medios más expeditivos. El diario en el que la condesa apuntaba los nombres de sus victimas ascendía a más de 600 doncellas. Algunas fueron reclutadas en los pueblos vecinos con la excusa de que entrarían a servir en la casa de la condesa. Otras eran raptadas por sus colaboradores (Ilona Jó, Dorottya Sientes conocida también como Dorka, Katalin Benick y János Újváry). Ellos preparaban las torturas en las que orejas, pezones, labios o vulva eran objeto de cortes y amputaciones que a menudo provocaban el desmayo de las muchachas, que para devolverlas a la consciencia les eran introducidos hierros candentes por la vagina o por el ano.

Al parecer, la primera víctima de la condesa fue la pobre doncella que la tiró del pelo. Elizabeth habría mandado a sus colaboradores sujetarla, y tras cortarla el cuello y llenar varios cubos con su sangre se habría bañado o embadurnado con ellos.
En el momento que la Bárthory decidió llevar a cabo sus sangrientos baños, mandó construir a un herrero una “dama de hierro”, en el que serían arrojadas las jóvenes victimas y que pendería de una bañera, que también mandó construir la aristócrata para sus propósitos. Así mientras la joven se desangraba la condesa podría disfrutar de su fresca sangre.

Las desapariciones de tantas jóvenes comenzaron a ser sospechosas y las acusaciones de brujería hacia Elizabeth llegaron a oídos de un párroco protestante local, Istán Magyari, que denunció las extrañas y numerosas muertes a la curia clerical de Viena.

La piel de esta sádica condesa continuaba envejeciendo, y en su delirante búsqueda de la inmortal juventud, Elizabeth pensó que necesitaba sangre de jóvenes doncellas de alta cuna. Algo que fue desaconsejado por la bruja Darvulia, pero que Majaróva incitó. Y así, tras el reclutamiento de jóvenes de familias de los zémans y de la baja nobleza con la excusa de ser instruidas por ella, a las acusaciones del pastor se le sumaron las de los padres de las niñas que pedían explicaciones sobre la desaparición de sus hijas.

Todo llegó a oídos del rey de Hungría Matías II, que ordenó al palatino Juraj Thurzó que investigara la veracidad de tales rumores. Thurzó primo de Elizabeth decidió que, solo si se encontraban indicios suficientes la condesa debería permanecer en arresto domiciliario, evitándose castigos mayores. Ya que si a esta le era aplicada la pena capital, todas las tierras de la condesa quedarían confiscadas, pasando a manos del rey.

Y el 29 de septiembre de 1610 Thurzó acompañado de soldados, notarios y el párroco protestante, se dirigieron al castillo de la condesa. En apariencia todo estaba tranquilo, la puerta del castillo estaba entreabierta pero nada se oía. Cuando penetraron encontraron a una doncella moribunda en el cepo, la habían roto todos los huesos de las caderas, acción habitual llevada a cabo con los sirvientes díscolos, la cual también presentaba quemaduras en las manos y mordiscos en los pechos. Pero se sucedieron más “encuentros”, huesos, cadáveres a los que faltaba o algún ojo o miembro. Encontraron a una chica desangrada y a otra viva pero llena de heridas y perforaciones. En las mazmorras encontraron una docena de doncellas todavía vivas, pero llenas de cortes, llegaron a sacar hasta cincuenta cuerpos. Las paredes mostraban oscuras manchas y había un cuerpo a medio quemar en una chimenea.


La condesa fue arrestada y los colaboradores fueron llevados a confesar bajo tortura. La asistenta y las sirvientas confesaron que entre 600 o 700 doncellas fueron sacrificadas para los rituales sangrientos de Elizabeth. Todos sus colaboradores fueron quemados vivos, menos Benická, que contaba solo con catorce años y fue castigada con cien latigazos y Fickó que primero fue decapitado y luego quemado.

Y así Elizabeth fue condenada a morir emparedada viva, en cuya prisión consiguió sobrevivir durante años, rodeada de sus excrementos y su locura. Cuando contaba con cincuenta y cuatro años, la Condesa Sangrienta murió, dejando como único testamento una carta con un hechizo que rezaba así: “Envía noventa y nuevo gatos. Así te ordeno a ti que eres el comandante supremo de la orden noventa y nueve de los gatos… te conmino a que vengas rápidamente para morder el corazón del rey Matías… y a que guardes a Elizabeth de todo mal”.


Ana Pinel Benayas

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