Europa
en el último cuarto del siglo XIX vive una época de grandes transformaciones.
Por un lado el 19 de julio de 1870 Napoleón III declara la guerra a Prusia, en
1877 la reina Victoria será proclamada emperatriz de la India y mientras tanto,
al otro lado del Atlántico, se desarrolla a gran velocidad el país que
dominaría el mundo durante el siglo venidero. En 1870, la población de los
Estados Unidos era de 39 millones de habitantes. Treinta años después, su
población ascendía a 76 millones.
Y
así Paris, convertida en la capital mundial del arte descubrirá una forma de
captar la luz y la imagen más allá de una paleta y un pincel. A través de la
técnica fotográfica que aún estaba en pañales.
La influencia
de la fotografía no se dejaba sentir todavía en el arte, pero esta suponía, por
su instantaneidad, la posibilidad de captar en un solo instante, el encuadre
arbitrario de las escenas, cualidades que los impresionistas buscaban en su
pintura, alejándose así de los dibujos y teorías academicistas de que la
realidad debía ser sacrificada en aras de lo ideal.
Para
los pintores impresionistas como Monet, Pissaro, Sisley… la vida en los cafés
era algo muy importante ya que allí los artistas se reunían, hablaban,
intercambiaban ideas y, a menudo, pintaban cuadros. El café Nouvelle Athènes
fue el lugar de encuentro preferido de los impresionistas.
Pero
lo más importante para estos pintores de finales del XIX era conseguir exponer
en el Salón. En el Salón, instituto oficial con más de 200 años de antigüedad,
se exponían las obras más representativas del año, elegidas por un jurado
nombrado por la Academia Francesa de Bellas Artes.
Sin
embargo, el Salón iba perdiendo poco a poco su autoridad e influencia, en la
medida en que el cambiante rostro del arte ofrecía nuevas y diferentes
expresiones que no se ajustaban al criterio del jurado. En 1863, para evitar el
escándalo, Napoleón III creó el Salón des Refusés (Salón de los rechazados),
donde se expondrían las obras rechazadas por el jurado oficial. En esta salón
paralelo se expusieron obras que habrían de tener mayor transcendencia para la
historia del arte que las del Salón oficial.
Monet,
que encabezará ese movimiento que hoy conocemos como impresionistas, se
desengañó del Salón oficial, y ni siquiera presentó cuadros al jurado. Un grupo
de pintores independientes formado entre otros por Renoir, Monet, Sisley,
Degas, Cézanne, Pissarro y Morisot, decidieron crear su propia sociedad para
organizar exposiciones. El 23 de diciembre de 1873 crearon la Sociedad Anónima
Cooperativa de Pintores, Escultores y Grabadores. En abril de 1874 realizaron
su primera exposición en el estudio del fotógrafo Nadar, en el Boulevard de
Capucines. Monet expuso nueve lienzos, incluido, Impression, soleil levant (Impresión, amanecer).
Este
cuadro desató una crítica que daría lugar al nombre de este movimiento
pictórico. Una crítica de Louis Leroy, apareció en la revista satírica Le Charivari. El artículo se titulaba
“Exposición de los impresionistas” y en él Leroy, hace la crítica en forma de
diálogo entre dos visitantes que discuten sobre la muestra:
“¿Qué representa este cuadro?
Mira en el catálogo”.
“Impresión, amanecer”.
“Impresión…, lo sabía. Me lo
iba diciendo a mí mismo, si estoy impresionado es que hay algo impresionante… y
¡qué libertad, que facilidad en la pincelada! ¡Hasta el papel pintado sin
terminar está más acabado que esta marina!”
El
cuadro que tanto revuelo causó representa un amanecer en el puerto de El Havre.
No era nada nuevo para Monet, ya que en éste y otros cuadros, pretendía crear
la impresión de una escena que no cesa en transformarse a medida que la luz
anaranjada del sol se refleja sobre el agua en movimiento.
Ana Pinel Benayas
Impression, soleil levantClaude Monet |
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