domingo, 3 de agosto de 2014

COLABORACIÓN: La Europa quebrantada

Después de varios siglos coronada como la emperatriz de la Tierra, Europa se vio marchita, frágil, demasiado pequeña como para sostenerse sobre el trono imperialista al que había dedicado tantos esfuerzos en embellecer. Tras el holocausto que enfrentó por segunda vez a las grandes potencias del panorama internacional, los países de Occidente quedaron arrasados, incapaces de valerse por sí mismos para escapar de la ruina, y hubieron de dar el relevo a aquellos que se alzaron como los grandes vencedores de la Segunda Gran Guerra: los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Ello implicaba una revolución en las relaciones internacionales, puesto que habría que coordinar y entenderse con nuevas fuerzas.

Veamos qué ocurrió con las potencias europeas. Tras la derrota, Alemania quedó completamente arrasada. Las pérdidas ascendían a los seis millones de muertos, y sus principales infraestructuras fueron devastadas por el fuego aliado. Acabado el enfrentamiento, se acordó que el territorio fuese dividido en cuatro zonas, cada una de las cuales sería entregada a Francia, Inglaterra, EE.UU., y la URSS. Sin embargo, los proyectos de las potencias aliadas se contraponían a los que tenía en mente Stalin: mientras que los primeros deseaban la pronta recuperación económica y política del país y así lo demostraron uniendo sus respectivos territorios, el líder soviético se impuso como objetivo primordial lograr una Alemania obediente al sistema comunista, si no neutral al menos. Así pues, los rusos procedieron en 1948 a elaborar el bloqueo de Berlín, cortando el envío de suministros por vía terrestre, y ahogando a la población alemana. Los aliados respondieron ante esta amenaza a través de la vía aérea: una bandada de aviones volaba constantemente sobre la ciudad para abastecerla desde el cielo, una operación que se alargó hasta durar un año, y que sería bautizada como “Procesión de Semana Santa” (se dice que cada minuto surcaban los cielos un avión sobre Berlín).

Charles de Gaulle. Fotografía de 1942
Francia quedó en una posición verdaderamente débil ante el panorama internacional. Tras la invasión alemana del 1940, tuvo que mantener un régimen de colaboración con el ejército nazi. No sufrió tantas pérdidas como lo hiciera en la Gran Guerra, en la que soportó aquellas frías tempestades de acero que se desataban en las oscuras trincheras, pero la división de los francos entre rendidos al gobierno de Vichy y partidarios de la Resistencia, dirigida por De Gaulle, hacía que su reconstrucción dependiera más de las fuerzas aliadas que de sí misma. Igualmente en Italia el daño del conflicto era más ideológico que material. El país volvió a cambiar de capas durante el conflicto, acabando en el bando contrario al que comenzó, y dejando abiertas serias dudas sobre su orientación política, surgiendo choques entre republicanos y monárquicos incluso tras haber alcanzado la paz. Podríamos considerar entonces que era una cuestión de crisis de identidad la que remordía la conciencia italiana.

El final fue dulce y amargo para Inglaterra. Si bien no cargó con bajas excesivas, y logró el liderazgo de la Gran Alianza a través de la figura de Churchill, sus deudas se acumulaban hasta el punto de resultar insostenibles, y como consecuencia, era incapaz de afrontar los gastos que suponía rehacerse y a la vez evitar el hundimiento de su imperio colonial. Inglaterra, que se enorgulleció alguna vez de su incuestionable mandato internacional, renunció con gran pesar a su vasto dominio.

"Los Tres Grandes": Churchill, Roosevelt y Stalin
El mundo quedó puesto en manos de las dos grandes superpotencias, que regirían el globo terráqueo a partir de entonces. Los Estados Unidos gozaban de una privilegiada posición, dado que se había enriquecido con la guerra, y exceptuando el fatídico episodio de Pearl Harbor, prácticamente había quedado intacta. Habían tomado las riendas de la producción manufacturera mundial, y su ofensiva militar resultó ser decisiva para decantar la balanza a favor de los aliados, por no mencionar la incuestionable autoridad que le ofrecía la posesión exclusiva del arma atómica. Serían los máximos defensores de la democracia y del libre comercio. Mientras, la URSS planeaba cómo trasladar a la realidad el comunismo universal, aquel gran designio que instauró Marx, y trataba de reorganizar su sistema económico para disputar el liderazgo a los norteamericanos, una misión verdaderamente difícil teniendo en cuenta que los estragos de la guerra se habían saldado su sed de destrucción con veinte millones de muertos. Y dado que habían desplegado el Ejército Rojo por la mayor parte del continente, ¿por qué iban a retirarse, ahora que podían imponerse sobre ellos?

La tensión era más que palpable en la formación de la ONU, una institución en la que participarían numerosos países que tomarían voz siendo representados en la Asamblea General, y en la que predomina la decisión fundamental del Consejo de Seguridad, donde se asientan los considerados vencedores de la guerra: Inglaterra, China, Francia, la URSS y los Estados Unidos. Su objetivo era velar por la paz mundial y asegurar la coordinación entre los componentes de la organización. Sin embargo, existía un riesgo implícito en esta forma de gobierno, y es que solamente lograría sus objetivos si se lograba el consenso entre las cinco entidades. En aquel momento, se hizo patente que el futuro internacional pendía de un hilo sostenido por las dos grandes potencias, que dividieron al mundo en dos grandes bloques irreconciliables y opuestos. Tras haber permanecido en un largo letargo profundamente dormidas, las superpotencias ahora se revelaban como dogmas que vendrían a conquistar el mundo, en una dura pugna que, lejos de emplear las armas para la batalla, se debatía en susurros, espionajes, rumores, gestos, políticas y acusaciones. Una guerra en la que nadie volvía sus cartas boca arriba, en la que primaba más el juego de mentes que el bombardeo. Para Stalin, quien impusiera su sistema en un territorio primero, se convertiría inmediatamente en su nuevo dueño. Churchill dio el toque de queda cuando advirtió de las ambiciones palpables de los rusos, cuando afirmó que sobre Europa había caído un Telón de Acero.

Y entonces comenzó la Guerra Fría.

BIBLIOGRAFÍA.

-VVAA, “Historia del Mundo Actual (desde 1945 hasta nuestros días), Universidad de Valladolid, Valladolid, 2000. 


Carlos Meléndez Valdés Cutanda



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