En
la Inglaterra de finales del siglo XVI la hermandad de la piratería Killigrew
dominaba los mares.
Lady Mary Killigrew |
La familia
había conseguido reunir una gran fortuna a través de la piratería y el
contrabando. Aunque curiosamente, uno de los hijos de la pirata Lady Killigrew,
Sir John Killigrew era un hombre respetado, un oficial del gobierno y además el
presidente de la Comisión contra la Piratería de Cornualles.
Su
abuelo, Philip Wolverston era conocido como “el gentilhombre pirata de Suffolk”.
Su tío Peter de joven robaba barcos en el Mar de Irlanda, Jhon Michell y John
Penrose, primos suyos, también estaban involucrados en la piratería. Pero quizá
lo más asombroso era que su madre, Lady Killigrew, dirigía el negocio familiar
de la piratería desde su castillo en Pedennis, a la entrada del puerto
Falmouth.
Aunque
la familia Killigrew había estado deteniendo barcos y robando las mercancías que
llevaban durante años, se cuidaban de no saquear los de la reina Isabel I.
Sin
embargo, una noche de diciembre de 1582, Lady Killigrew supervisó personalmente
el saqueo de un barco que, por culpa de un huracán, se había tenido que
refugiar en el puerto de Falmouth. El María de Sebastián era un sólido mercante
del que se rumoreaba que llevaba sedas, especias y barriles llenos de doblones
españoles.
Lady
Killigrew, acompañada de Henry Kendall y John Hawkins, dos sirvientes de
confianza, y siete marineros flamencos, abordaron el barco. La mujer acuchilló
a los tripulantes y luego arrojó los cadáveres al agua. Tras el saqueo mandó a
los marineros flamencos con el mercante para que vendieran el botín en un
puerto extranjero.
Pero
los planes se torcieron, ya que no todos los tripulantes habían muerto. Dos
nobles españoles que viajaban en el mercante, Felipe de Orozo y Juan de Charis,
habían pasado la noche en una fonda de la aldea de Penryn. Y decidieron llevar
el caso a la Comisión contra la Piratería, cuyo presidente era sir John
Killigrew.
Los
barriles robados contenían sólo cuero, piezas de paño de Holanda y un puñado de
duros españoles. Los cuales habían aparecido hacia poco en Arwenack, la casa de
la madre de Killigrew. Las sospechas recayeron rápidamente sobre Henry Kendall
y John Hawkins, pero su coartada les sirvió para que la Comisión diera el
veredicto de que había sido un acto de piratería cometido por varias personas
de identidad desconocida.
Charis
y Orozo sospecharon de la Comisión y, pidiendo unos salvoconductos, partieron
hacia Londres donde denunciaron lo sucedido al conde de Bedford, miembro del Consejo
de la Corona de la reina, que vio la perfecta oportunidad de poner fin a la
famosa hermandad pirata de Cornualles.
En
Londres se demostró que las coartadas de Kendall y Hawkins eran falsas. Todos,
incluida la famosa Lady Killigrew, fueron mandados al cadalso. Pero la reina,
una hora antes de la ejecución de la mujer pirata, decidió dar marcha atrás en
su empeño y la indultó, tras esto soborno un nuevo jurado que la declaró
inocente. Nadie sabrá ya, que le llevó a la reina a este acto de benevolencia,
pero Lady Killigrew no volvió al mar hasta su muerte en 1570.
Ana
Pinel Benayas
BIBLIOGRAFÍA.
-GERMÁN VÁZQUEZ CHAMORRO, Mujeres piratas, Biblioteca Castilla la Mancha, Algaba Ediciones, 2004.
-ERNESTO FRERS, Más allá del legado pirata, RoobinBook, 2008.
BIBLIOGRAFÍA.
-GERMÁN VÁZQUEZ CHAMORRO, Mujeres piratas, Biblioteca Castilla la Mancha, Algaba Ediciones, 2004.
-ERNESTO FRERS, Más allá del legado pirata, RoobinBook, 2008.
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